¿Por Qué la Gente No Confía en la Mano Invisible?
A veces parece que la sociedad va en contra de la corriente natural del mercado. Se habla mucho de la famosa “mano invisible”, esa idea que Adam Smith planteó hace siglos y que sugiere que el afán de lucro individual, sin quererlo, termina beneficiando a todos. Sin embargo, mucha gente sigue desconfiando de esta idea. ¿Por qué? Bueno, Bryan Caplan lo explica claramente en su libro El Mito del Votante Racional. Caplan argumenta que existen varios sesgos en la mente colectiva que distorsionan nuestra percepción del mercado y sus mecanismos.
Vamos a hablar de estos sesgos, que son como filtros que usamos para entender la economía, y que en muchos casos, nos llevan por el camino equivocado. El primero es el sesgo antimercado, que básicamente es la idea de que lo que beneficia a los empresarios y a las grandes corporaciones es malo para la sociedad. Este sesgo es peligroso porque nos hace ver con malos ojos cualquier cosa que huela a lucro, incluso si al final resulta ser bueno para todos. Un libro que profundiza en este tema es La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Smith defiende que, aunque cada individuo busque su propio interés, esto puede resultar en beneficios para la sociedad en su conjunto. Pero claro, este concepto choca con la desconfianza natural que muchos sienten hacia el mercado.
El segundo sesgo es el sesgo antiextranjero. Este es bastante común: mucha gente piensa que las relaciones económicas con otros países son perjudiciales. Sin embargo, la realidad es que el comercio internacional es clave para la prosperidad de cualquier nación. David Ricardo, en su obra Principios de Economía Política y Tributación, habla sobre la ventaja comparativa, que demuestra cómo el comercio entre naciones es beneficioso para todos los involucrados, incluso si un país es más eficiente en la producción de todos los bienes.
Luego está el sesgo de la creación de empleo, que es la creencia de que lo más importante es crear trabajos, sin importar si esos trabajos son realmente productivos. Es como si nos obsesionáramos con la cantidad de empleo en lugar de enfocarnos en la calidad o en la productividad. Este sesgo se puede confrontar con las ideas presentadas por Henry Hazlitt en Economía en Una Lección. Hazlitt explica cómo muchas políticas que parecen generar empleo en realidad pueden tener efectos negativos a largo plazo.
El cuarto sesgo es el sesgo pesimista. Este es el pensamiento de que la economía siempre está mal y que las cosas solo pueden empeorar. Es una visión bastante sombría, pero es sorprendentemente común. En El Optmista Racional, Matt Ridley argumenta que, aunque las noticias y los medios tienden a enfocarse en lo negativo, la realidad es que el mundo está mejorando en muchos aspectos, y que debemos tener una perspectiva más equilibrada.
Finalmente, Caplan aborda un punto crucial: si los votantes basan sus decisiones políticas en estos sesgos, los gobiernos terminarán aplicando políticas económicas deficientes. Esto nos lleva a una última reflexión, que podríamos encontrar en el libro Democracia: La Diosa que Fracasó de Hans-Hermann Hoppe. Hoppe cuestiona la idea de que la democracia siempre lleva a las mejores decisiones políticas, y sugiere que, con demasiada frecuencia, el voto popular se guía por ideas equivocadas, como las que hemos discutido aquí.
En resumen, para entender mejor la economía y las políticas que deberían guiarla, es crucial reconocer y superar estos sesgos. Solo así podremos apreciar verdaderamente la capacidad del mercado para armonizar intereses individuales con el bien común.
Referencias:
• Smith, Adam. La Riqueza de las Naciones. Alianza Editorial, 2006.
• Ricardo, David. Principios de Economía Política y Tributación. Fondo de Cultura Económica, 1946.
• Hazlitt, Henry. Economía en Una Lección. Unión Editorial, 2011.
• Ridley, Matt. El Optimista Racional. Editorial Debate, 2011.
• Hoppe, Hans-Hermann. Democracia: La Diosa que Fracasó. Unión Editorial, 2004.
Estos textos proporcionan una base sólida para comprender cómo los sesgos económicos influyen en la percepción pública y en la toma de decisiones políticas, ayudando a desafiar y cuestionar las creencias erróneas que a menudo se asocian con el mercado y su funcionamiento.