Vivimos en una época rara. Las ciudades brillan con rascacielos y pantallas gigantes, las empresas tecnológicas parecen tenerlo todo, y sin embargo… muchos jóvenes no pueden pagar un alquiler sin compartir piso o endeudarse por estudiar. Y claro, cuando la frustración crece, siempre hay alguien que señala con el dedo al más fácil de culpar: el inmigrante.
Pero seamos honestos: el problema no viene del que cruza fronteras buscando un futuro mejor. Viene de quienes toman decisiones desde arriba. Desde hace décadas, las políticas laborales se han ido “flexibilizando” (palabra elegante para decir que los trabajadores tienen menos derechos). Los sindicatos perdieron fuerza, los contratos se hicieron más temporales, los sueldos dejaron de subir y la clase media comenzó a tambalearse.
Mientras tanto, los políticos encontraron en la inmigración un chivo expiatorio perfecto. En lugar de reconocer que las reformas laborales, la desregulación de los mercados y los recortes sociales han dejado a millones en situación precaria, prefieren repetir que “los inmigrantes roban los empleos”. Spoiler: no lo hacen.
La desigualdad, los salarios estancados y la inseguridad laboral no son accidentes. Son el resultado de decisiones muy concretas. Y lo peor es que, mientras discutimos entre nosotros, los verdaderos responsables se van de rositas.
📚 Referencia general:
Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica, 2014.