Primero, hablemos de la idea base: las democracias no se pelean entre sí. Parece algo sacado de una utopía, pero tiene su lógica. La idea es que en un mundo lleno de democracias, las guerras serían algo así como especies en extinción. ¿Por qué? Pues, porque se supone que en una democracia la gente puede expresar su opinión, votar, y cambiar las cosas sin necesidad de echar mano a las armas. Es como decir que los países democráticos son como vecinos que prefieren charlar en la valla antes que lanzarse tomates.
Ahora, este rollo no es nuevo. Francis Fukuyama, en su libro “El fin de la historia”, lo llevó a otro nivel. El tipo básicamente dijo que la democracia es como el último nivel de un videojuego en la historia de la humanidad. Primero, según él, la democracia se cargó al fascismo, y luego hizo lo propio con el comunismo en el siglo XX. Como si fuera una especie de campeón invicto.
Pero, ojo, no es todo color de rosa. Hay quienes dicen que la teoría es demasiado idealista. Que no toma en cuenta los conflictos internos de las democracias o las veces que se han metido en líos con no democracias. Además, hay democracias y democracias, ¿no? No es lo mismo una con una tradición sólida que otra que acaba de empezar y todavía está aprendiendo a caminar.